Comentario
En efecto, con la ayuda del sátrapa Artafernes y el apoyo de Darío, el año 500, Aristágoras emprende el ataque a Naxos, con ánimo de restaurar la oligarquía y conseguir un apoyo para Persia en las islas del Egeo, buen camino para controlar las demás islas e intentar continuar la marcha expansiva que para el imperio se hacía imprescindible. La expedición terminó en un fracaso, posible causa de las ulteriores inquietudes de Aristágoras. Entre tanto, según cuenta Heródoto, Histieo, retenido por los persas en Susa, le envió un mensaje, tatuado en el cuero cabelludo de un esclavo, para incitarlo a la rebelión. Esperaba que le ordenaran volver para aplacarla. Sin embargo, detrás de los motivos personales de uno y de otro, parecen poder vislumbrarse conflictos más profundos en las motivaciones de la intervención en Naxos y en la misma actitud de Aristágoras en Mileto, como para pensar que los individuos intentan mantener su poder adecuándose a las realidades cambiantes. Ya Heródoto pone en boca de Histieo la afirmación de que sus posibilidades de ser tirano están apoyadas en la presencia de Darío. Las alternativas para ello sólo se encuentran en un cambio de actitud en lo interior y en lo exterior.
En efecto, en los inicios del siglo V, las relaciones entre ciudades y las relaciones sociales internas empiezan a mostrar rasgos específicos. Seguramente, ésa es la razón por la que Aristágoras aparece ahora como promotor de la democracia ante los milesios, buscando el apoyo del demos a falta del apoyo persa. La presencia de éstos, a pesar de la suavidad del sistema imperialista, había producido alteraciones en las relaciones de mercado que afectaban a los puertos, en competencia con los puertos fenicios. Por otra parte, el sistema tributario, impulsado a la expansión, al encontrar obstáculos entre los escitas y limitaciones entre las ciudades griegas, creaba repercusiones que podían afectar a las relaciones sociales internas.